PEDRO ESPINOSA
Viernes, 28 de julio 2017, 16:25
En la droguería del señor Gabriel la sensación de que el tiempo se detuvo hace más de una treintena de años es una realidad, ya que permanece exactamente igual que el día que cerró, en 1981.
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Han sido varias generaciones las que, sin duda, han pasado alguna vez por este establecimiento para la compra de pinturas, productos químicos, etc., y recuerdan a la perfección sus estanterías, olores, polvos de vivos e in tensos colores y, cómo no, la figura del señor Gabriel, el droguero, con su bigote, detrás del mostrador de madera.
Gabriel Rodríguez Jaquete, nació en Guareña en 1916, donde trabajó en una farmacia-droguería antes de abrir el negocio en La Zarza en 1942, año en que decidió instalarse en nuestro pueblo en un local junto a la que sería, tiempo después, la popular droguería del señor Gabriel. Tras 39 años de funcionamiento, llegó el momento de la jubilación, hace ahora 36 años. Gran seguidor sevillista y aficionado a la caza, falleció en 1998, a los 82 años de edad.
Su hijo, Juan Rodríguez Caro, recuerda con cariño una época en la que la relación con los clientes era muy sana. Nos conocíamos todos y había confianza. En torno a la figura de su padre, subraya Juan que era buen comerciante, un hombre formal que aconsejaba a los clientes, muy ordenado, detallista y meticuloso.
Se vivían años difíciles para la mayoría de la población. El producto más demandado era la pintura en polvo de diferentes colores. La gente menos pudiente compraba pesetas de pintura en polvo que después mezclaban con cal (o con aceite de linaza y barniz) y utilizaban para pintar los zócalos.
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Otro producto que también se vendía mucho era el carburo, debido a los continuos cortes de luz. Era un mineral que al mezclarse con agua en el carburador desprendía un gas que se encendía y se utilizaba para alumbrar, detalla Juan a Hoy La Zarza. El primero que acudía, cabreado, era Alonso, el dulcero. Se llevaba dos kilos de carburo para la dulcería que se había quedado a oscuras. A continuación, venía la gente a comprar diez pesetas, un kilo, etc. para los carburadores que, en ocasiones, hacía Luis, el latero.
Otros artículos típicos de las droguerías de la época eran insecticidas, alcohol, matapolillas, matarratas, agua de Carabaña, tintes para el pelo, champú Sindo, etc.
Al local de la calle La Fuente iban tanto hombres como mujeres. Los agricultores compraban nitrato de cobre (piedra azul que se disolvía en agua) para curar el trigo o Geralsano para la cochinilla de los melones. Las mujeres compraban el popular fly (matamoscas) o colonia a granel, que se medía con probetas.
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En aquellos años, la feria de septiembre y las Candelas eran temporada alta. Antes de la feria, la gente se llevaba pintura para adecentar las fachadas y en las Candelas, esencia de limón y amoníaco para hacer los dulces. Entre mi padre, mi hermana Bernardi y yo, a veces, no dábamos abasto.
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