«Miro el despertador. Son las 7.33 de la mañana. No, no son disparos. Todo ha formado parte de un sueño y no tengo que discutir otra vez con los cazadores.
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Se trata de los cohetes, avisando de la primera celebración en honor de la Patrona de mi pueblo, la Virgen de la Nieves. Hoy se le puede perdonar al que prende la mecha del artefacto que nos desvela y nos saca de la ensoñación. Pero, me pregunto: ¿Será necesario? ¿Habrá alguien del pueblo que no sepa a qué hora son las celebraciones? De nuevo, otro más. Los perros ladran mientras me incorporo para levantarme definitivamente. El dolor de cabeza se hace presente, posiblemente por la brusquedad del despertar o quizás por la noche anterior compartida con los amigos.
Entre tanto, descubro un día gris, ventoso, casi triste, que no suele corresponder con el de otros años, bullicioso y lleno de luz.
Siguen sonando y ladran los perros. Nos disponemos a participar de la segunda celebración. Llegamos al atrio de la ermita ocupando los últimos puestos. La gente se va colocando. Mientras que nos saludamos vecinos y foráneos, los niños corretean antes de dar comienzo la misa.
El sol hace intento de aparecer y el nuevo sacerdote dirige las palabras a nuestra Madre, agradeciendo lo mucho que significa para nosotros. Las nubes insisten en hacer de este día uno anubarrado.
Me distraigo con un niño que se entretiene jugando con las piedras sueltas y al que su madre llama la atención. Sigue la misa y nos disponemos a despedir a la Patrona otra vez más sin su procesión. De nuevo, el boom del cohete me saca de mis pensamientos evocando días pasados, quizás más felices. Suena cerca. Los perros ladran. Los niños lloran y los padres se remueven en sus asientos buscando consolarlos.
Despotrico ante lo innecesario de la situación. ¡Otra vez la misma historia! ¡Otra vez el silbido que anuncia el grito del artefacto! Pero es mi mujer la que grita anunciando la desgracia. El pitido perdura en mi oído mientras corro hacia el carrito del bebé sacado por su abuela quien lo abraza desconsoladamente, dejando por el camino la huella del dolor.
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No acierto a marcar los números necesarios en el móvil con el temblor de mis manos. Más gritos y llantos... Se ha hecho realidad, pero esta vez no es la radio o la televisión dando la noticia de un pueblo lejano y gente desconocida. Me toca compartir el dolor, la rabia y la desesperación ante un hecho que se podría haber evitado y no se ha hecho. ¿Hasta cuándo? Hasta que la desgracia no asoma a nuestra puerta o a la del vecino no despertaremos y reflexionaremos sobre un hecho fácilmente reemplazable por otros medios o, simplemente, haciéndolo desaparecer, para así descubrir que la vida sigue.
Son las once de la noche y descubro que tardará en desvanecerse esa imagen de un sufrimiento innecesario vivido hoy. Pienso en la niña de tan solo dieciséis meses, en sus padres y familiares, mientras rezo a nuestra Patrona por su vida y el consuelo de ellos. Y, sobre todo, para que el día de mañana, descubra ella misma, posiblemente en libros, dibujos o películas, ese artefacto que dejó de existir evitando con ello el sufrimiento de los demás.«
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JOSÉ JAVIER GUERRERO GONZÁLEZ-PIÑERO
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