

PEDRO ESPINOSA
Viernes, 22 de diciembre 2017, 18:13
Su vida parece una novela por su trabajo de intérprete con la Guardia Civil y en el aeropuerto de Barajas. Y porque, sin querer, el Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, le dio un pisotón por la calle.
Nacida y criada en Almendralejo, su familia se trasladó a La Zarza cuando ella contaba 17 años. Se licenció en Químicas en Badajoz, pero orientó su vida profesional por el camino de los idiomas, principalmente por el Francés, lengua que conoció desde muy pequeñita gracias a su abuela
Estudia una carrera con la que nada tiene que ver su destino profesional. ¿Qué le lleva a cursar Químicas?
No tenía nada claro qué quería estudiar y uno de mis profesores de COU, José Luis Mesías, doctor en Químicas y enólogo, que además impartía clases en la Facultad, me dijo "Tú te vienes a hacer Químicas". Y allá que me fui.
Termina sus estudios y hace las maletas para Madrid. ¿Qué proyectos tiene en la capital?
A mí, lo que realmente me gustaba, eran los idiomas. Hablaba francés desde muy pequeña, gracias a mi abuela paterna, y ya desde los 12 años me mandaban mis padres, al acabar el curso, a un colegio al norte de Francia, en Angers, donde pasaba todo el verano. Así que pensé que en Madrid tendría más posibilidades de encontrar un trabajo en el que pudiera utilizar esta lengua. Me preparé y aprobé exámenes oficiales del Ministerio de Educación Nacional Francés y de la Escuela Oficial de Idiomas de Madrid. También estudié algo de árabe e inglés.
¿Cómo accede a la Dirección General de la Guardia Civil?
Una mañana recibí una llamada telefónica de un señor muy serio indicándome que tenía que presentarme inmediatamente en la Dirección General de la Guardia Civil. Me asusté, y le dije que se había confundido, que yo no había hecho nada. Era del INEM.
Convocaron a mucha gente, nos hicieron una prueba y conseguí una de las dos plazas de Francés. Años después, aprobé las oposiciones del Ministerio del Interior y ya tuve la plaza fija. Creo que fui la primera mujer civil que contrató la Guardia Civil. Allí me quedé 18 años.
¿En qué consiste su trabajo en la DGGC?
De mi etapa en la Guardia Civil, puedo decir que fue tan intensa como interesante. Mi trabajo consistía en traducir y en hacer interpretaciones consecutivas en reuniones con miembros de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, jueces, investigadores, científicos... de países como Francia, Marruecos, Argelia, Túnez, Líbano, Mauritania, Suiza. A veces, viajaba con comisiones rogatorias a Francia, Luxemburgo y Suiza.
Trabajé y estudié muchísimo. El vocabulario empleado, tanto en las traducciones como en las interpretaciones, era extensísimo, muy variado y muy técnico dado la gran cantidad de servicios que había en la Dirección General: Policía Judicial (criminalística, balística, laboratorio de ADN, acústica, explosivos...), Seprona, Información, Tráfico, Servicio marítimo... etc. Y además, como había pocos traductores, también traducíamos para la Audiencia Nacional.
Siento una gran admiración por la Guardia Civil, su profesionalidad y el alto nivel de formación que encontré.
Finaliza una etapa y comienza otra en el Aeropuerto de Barajas. ¿Cómo y por qué aterriza allí?
Después de tantos años, sentí que necesitaba un cambio y pedí destino en la comisaría del aeropuerto, donde había una plaza de traductor-intérprete de Francés. Y aquí también me encuentro muy a gusto.
¿Qué función desempeña en la actualidad?
Mi trabajo ahora es completamente distinto al anterior. Principalmente, trabajo como intérprete de Francés con la Policía de Fronteras en procedimientos de no admisión de personas que pretenden entrar en España, y no se les permite, bien por irregularidades en su documentación o bien por no reunir los requisitos exigidos por la ley para entrar en Europa. Proceden de países africanos en los que el francés es lengua oficial, como República Democrática del Congo, República del Congo, Camerún, Costa de Marfil, Senegal, República Centroafricana, etc.
También realizo interpretaciones en entrevistas a solicitantes de asilo o protección internacional de los países que acabo de nombrar. La mayoría de las veces son entrevistas muy duras, de gente que sufre enormemente y que han huido de su país, dejando incluso a sus hijos, porque sus vidas corren peligro.
En sus etapas profesionales habrá vivido situaciones o anécdotas dignas de ser contadas. Puede relatarnos alguna.
Pues una de las más curiosas no ha tenido nada qué ver con mi profesión. Una noche caminaba con una amiga por una de las calles del centro de Madrid cuando un señor, al salir del histórico hotel Mindanao, me dio un pisotón. Al girarse para pedirme disculpas, me di cuenta de que me sonaba muchísimo su cara. Era Gabriel García Márquez que salía con su mujer. Tras un amable y educado intercambio de palabras, me invitó a entrar en el hotel ya que hacía frío en calle. Allí estuvimos charlando más de una hora yo entonces me sabía de memoria las primeras páginas de 'Crónica de una muerte anunciada'-. Me pareció fantástico, como sus libros, el fortuito encuentro.
¿Qué relación ha mantenido y mantiene con La Zarza?
Cada vez vengo con más frecuencia. A pesar de no haber residido aquí habitualmente, desde joven he tenido en La Zarza a mi familia. Espero y quiero regresar cuando me jubile.
¿Qué recuerdos guarda de su infancia y adolescencia en nuestra localidad?
Guardo unos recuerdos muy bonitos y entrañables. Me gustaba ir de niña con mi abuelo al bar del parque y después, ya de adolescente, a la terraza. Aquella música, aquel ambiente era único.
También recuerdo con mucho cariño los dos cines. Las películas del oeste en el cine de Fernando Galán o las sesiones de verano en el cine Terraza. En Madrid fui vecina de José Luis López Vázquez y, a veces, tomaba café con él. Le contaba que lo veía en los cines de mi pueblo. Me parecía increíble y mágico conversar con él cuando hacía poco había estado viendo alguna de sus películas en La Zarza.
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