Pedro Espinosa
Domingo, 25 de octubre 2015, 08:09
En el verano de 2003, Evaristo Gómez hizo las maletas y marchó a Francia. No por estudios ni por trabajo, sino por amor. Años antes, en unas vacaciones de Semana Santa, había conocido a su mujer, Céline, que daba clases de español, gracias a una beca Erasmus, en el Instituto de Zalamea.
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Fue como en los cuentos relata el protagonista-, nos conocimos y decidimos que cuando aprobara las oposiciones me iría a vivir con ella donde la destinaran. Y así fue. Al poco tiempo ya estaban viviendo juntos en Seine-et-Marne, departamento francés al lado de París. Allí trabaja de carpintero, oficio heredado de su padre, Fabián. Padre de dos mellizos, Hugo y Raphael, considera que los franceses son familiares y acogedores. Desde el primer día me recibieron y trataron muy bien.
Destaca que el pueblo francés está muy orgulloso de su país, tanto de sus monumentos como de sus productos: vinos, quesos
Después de doce años viviendo en Francia, reconoce que, debido al idioma, los comienzos fueron difíciles. Ahora ya me desenvuelvo bastante bien con el francés, explica Evaristo-, aunque con fuerte acento español.
A pesar de que se encuentra bien en la zona de París, y sin saber qué les deparará el futuro, asegura que no le importaría vivir en la Bretaña o en el sur de Francia.
Aunque viene todos los veranos a La Zarza, echa de menos, sobre todo, el sol y el buen tiempo.
Céline, su mujer, habla español correctamente y sus hijos, aunque lo hablan poco, lo entienden perfectamente.
En cuanto a la cocina francesa me encantan los moules-frites (mejillones con patatas fritas), la cassoulet (especie de fabada) y les fruits de mer (mariscada), todo ello regado con buenos vinos franceses.
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Sus rincones favoritos de París son Montmartre y el cementerio del Père Lachaise.
Se considera buen aficionado al fútbol y seguidor del Real Madrid. El campeonato francés no resulta muy interesante. Aquí simpatizo con el Olympique de Marsella, confiesa.
Asegura que los franceses conservan la imagen de que los españoles viven al día, sin preocuparse por el futuro. Nos ven alegres y muy amigos de las fiestas, apunta Evaristo.
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