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Pilastras del puente de Siete Vadillos
El puente de Siete Vadillos sobre el río Matachel

El puente de Siete Vadillos sobre el río Matachel

Según Fabián Lavado Rodríguez, Cronista oficial de La Zarza, su nombre puede deberse a las siete pilastras que tenía el puente en su construcción inicial, hecha a base de piedra y ladrillo

FABIÁN LAVADO

Viernes, 28 de abril 2017, 14:15

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El puente de Siete Vadillos o Siete Vaíllos, como también es conocido, se sitúa al este de La Zarza, sobre el río Matachel, a los pies del cerro Alajón y a cuatro kilómetros de su desembocadura en el Guadiana; aguas abajo del molino de La Rabia, aprovechando un cierto encajonamiento del río sobre un tramo curvo y más estrecho.

El nombre de Siete Vadillos se puede deber a las siete pilastras que tenía el puente a modo de siete pequeños vados o puntos de apoyo para cruzar el río; al menos es lo que se intuye al observar las ruinas del puente en el plano dibujado por Fernando Rodríguez en 1785 (imagen planos del puente, parte superior donde aparecen enumeradas las siete pilastras).

Se trataría de un puente alomado y estrecho, de más de 60 metros de longitud, que aunque no sabemos la fecha de su construcción, probablemente sea una obra de época bajomedieval. Estaría realizado en piedra y ladrillo como así lo atestiguan las cinco pilastras del puente, los únicos restos que nos han llegado hasta nuestros días, donde se aprecia el núcleo de piedra forrado de ladrillo, con los mechinales o agujeros que se dejaron en sus paredes cuando se fabricó para introducir en ellos los andamios. Tendría seis arcos, cuatro de ellos grandes y dos más pequeños en su lado oriental (imagen planos del puente, parte superior donde se realiza una posible reconstrucción de como era el puente bajomedieval original sobre los pilares que se conservan hoy día). En la actualidad se conservan cinco pilastras (las enumeradas del uno al cinco): la primera pilastra o manguardia se apoya en el cerro Alajón y refuerza el estribo occidental del puente; la número dos está hundida sobre uno de sus tajamares; la tres es la de mayor tamaño y la mejor conservada de todas donde se ven perfectamente los materiales de su construcción piedra y ladrillo-; la número cuatro está totalmente volcada hacia su derecha, vista desde aguas arriba, pudiéndose apreciar perfectamente su núcleo formado por grandes piedras cuarcíticas de la zona; la quinta está ligeramente inclinada hacia el cauce del río y en ella se distingue el arranque del arco fabricado en ladrillo. Estas pilastras tendrían tajamares triangulares en sus caras norte y sur. Las pilastras 6 y 7 permanecen seguramente ocultas bajo tierra dado su menor tamaño y sin tajamares. La luz de los arcos 2 y 3 sería de 85 metros aproximadamente, la de los arcos 1 y 4 sería de 7 metros y finalmente los arcos 5 y 6 sobre 4 metros.

Campomanes y su Viaje a Extremadura

En abril de 1778, Pedro Rodríguez de Campomanes, siendo Fiscal del Consejo de Castilla, y con la intención de visitar las tierras que le había concedido el rey Carlos III en el término de Trujillanos -cercanas al embalse de Cornalvo, conocido como Coto de Campomanes- realizó un viaje desde Madrid hasta Caya, en la frontera con Portugal, legándonos un completo diario de dicho viaje, estudiado por Cruz Villalón y Vallejo entre otros, describiendo el estado en que se encontraba el camino desde la capital de España hasta Caya, señalando las reformas, obras y mejoras que en distintos puntos del trazado y vías anejas se debían realizar para facilitar los tránsitos y comunicaciones de las gentes. Este camino y su extensión hacia Lisboa, que tradicionalmente habían seguido los ejércitos españoles en guerra contra Portugal y los personajes de la Corte con motivo de bodas reales o embajadas, se encontraba con escasas infraestructuras, en estado de semiabandono, con pocas posadas, muy despoblado y con mucha distancia entre los pueblos, peligroso por los bandoleros que lo merodeaban, lleno de socavones, con apenas puentes y en un pésimo estado de conservación, donde eran frecuentes las inundaciones que cortaban el paso a los viandantes y carruajes. Todo esto dentro de una región, la extremeña, muy deprimida económicamente, donde la producción agrícola e industrial era escasa, con poco comercio y malas comunicaciones.

Campomanes propuso el arreglo de las vías, disponiendo una serie de medidas como alomar los caminos para evitar que el agua se quedara en ellos, construir alcantarillas de desagüe, allanar las pendientes o mejorar su traza; al mismo tiempo recomendó obras de mejora en distintos puentes principales como el de Almaraz sobre el Tajo, el del río Almonte, los puentes de Medellín y Mérida sobre el Guadiana, Aljucén, Albarregas, Matachel y el del río Caya en la frontera, sin olvidar los numerosos arroyos y regatos.

Aparte de estas medidas, tomó otras como repoblar algunas de esas zonas creando pequeñas aldeas en las inmediaciones de los caminos para fomentar el cultivo de las tierras yermas, al tiempo que podían ayudar a cuidar y vigilar los caminos y puentes, así como la posibilidad de ofrecer más posadas a los viajeros donde descansar y tomar alimentos. También se preocupó de planificar acuartelamientos cada ciertos tramos con el fin de liberar a las poblaciones de los temidos alojamientos de tropas.

Los gastos para este gran proyecto serían costeados por el Consejo de Castilla mediante un impuesto de dos reales por fanega de sal, los propios de las poblaciones afectadas en los repartimientos y del peaje de pontazgo que se cobraba por cruzar los puentes. Asimismo trató de atajar la corrupción que rodeaba la construcción y arreglo de estas obras públicas, con medidas de control para acabar con la decadencia del comercio y el mal estado de caminos y puentes.

Campomanes presentó en mayo de 1778 el expediente al Consejo de Castilla; pero muy poco se avanzó en la solución de todos estos problemas, dada la situación de penuria que tenía la Real Hacienda y la dejadez de los señores, dueños de los pontazgos y peajes, para invertir en tales obras.

El puente de Siete Vadillos: proyectos

En época moderna se situaba en la ladera del castillo de Alange el puente llamado de la Quebrada sobre el río Matachel, que salvaba el camino que unía La Zarza con Almendralejo. Siguiendo a Cadiñanos, en 1678 los vecinos de Alange explicaban que sobre dicho río había un puente junto al castillo al cual solo le faltaba cerrar un ojo por cuya causa estaba sin servidumbre. En su término había otros tres puentes, pero todos caídos (es de suponer que el de Siete Vadillos ya estaba en ruinas) y no había otro en ocho leguas -45 kilómetros- a la redonda. Rogaban se finalizara la obra del puente de la Quebrada, financiándolo por repartimiento entre las poblaciones a las que daba servicio, pues era muy importante para el paso de personas, mercancías, correos y ganados de la Mesta; teniendo que atravesar un vado muy peligroso. Ciudades como Llerena o Sevilla se negaron a su reparación por considerarlo un vado local de poca importancia, pues acabada la guerra de Portugal (1640-1668) y durante más de treinta años no se habían realizado arreglos en él. El puente, valorado en 50.000 ducados, tenía seis arcos de medio punto fabricados en ladrillo; era necesario invertir 12.000 ducados para completar el arco central, calzadas de acceso, tablero y antepechos. Pero como solía ocurrir poco o nada se hizo, dada lasituación económica del país.

A mediados del siglo XVIII se solicitó al Consejo Real que fueran reparados o construidos de nuevo varios puentes cercanos a Mérida sobre los ríos Matachel, Búrdalo y Albarregas. Para el Matachel se proyectó construir un puente de 92 varas de largo por cinco de ancho sobre otro anterior con cuatro pilares muy arruinados, tasando la obra en 30.000 reales. Sería necesario agregarle dos ojos en el lado este para que desaguara bien, ya que las crecidas inundarían muchas veces esta entrada oriental (el otro acceso no tenía este problema al estar apoyado sobre el cerro Alajón) al tiempo que descargaba las presiones sobre los otros arcos. Aunque el proyecto no cita de qué puente se trata, muy posiblemente se refiera el de Siete Vadillos, ya arruinado, y no al de la Quebrada, pues este último excedería en mucho la medida de 92 varas. En 1756 no se habían iniciado las obras, debiendo los correos desviarse por el puente de Aljucén.

Campomanes en su viaje a Extremadura de 1778, preocupado por los arreglos en caminos y puentes, no solo de la vía Madrid-Caya, sino también de las que confluían en ella, describió el puente de la Quebrada en Alange: por el lado de la izquierda [saliendo de Mérida por el puente romano] se va a Alange, en cuya inmediación se halla el río Matachel, con un puente romano arruinado, por cuya falta suceden muchas desgracias, y es paso preciso para muchos pueblos de aquel partido sujetos a la gobernación de Mérida y para ir a Sevilla. Sería muy conveniente reconocerle, como un derrame y travesía importante que viene a salir a esta carretera de Madrid a Lisboa, y tratar de su recomposición, sobre que se formó, algunos años ha, expediente en el Consejo, que parece no se encuentra, y tampoco aprovecharía, porque desde aquel tiempo se aumentaron las ruinas y es más breve hacer este reconocimiento, planta y tasación, al tiempo que se reconozca el todo del camino que se trata.

En 1784, los ayuntamientos de La Zarza y Alange solicitaron licencia al Consejo Real para reparar alguno de los dos puentes que tenían destruidos por las riadas (Siete Vadillos y la Quebrada) o construir uno nuevo; pues la situación se había vuelto insostenible para el paso de tropas, comerciantes, correos, labradores y ganados; llegando al extremo de tener que lanzar con hondas pedazos de pan a los agricultores que trabajaban sus tierras en la otra orilla durante más de quince días, así como el ahogamiento de ocho personas en los últimos cuatro años, además de la pérdida de caballerías y mercancías. Se encargó el proyecto de revisión de ambos puentes al emeritense Fernando Rodríguez, maestro de obras. Se entregaron en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, junto con la solicitud, los planos de reconocimiento de ambos puentes y el de reparación de Siete Vadillos, ya que fue el elegido por Fernando Rodríguez para su reconstrucción por su emplazamiento más seguro y acertado, valorado en 159.000 reales (imagen planos, parte inferior). La Academia aprobó realizar las reparaciones, pero no siguiendo los planos de F. Rodríguez, que fueron rechazados. Se asignó la revisión del proyecto al profesor Manuel Machuca Vargas, que se desplazó a La Zarza para reconocer las márgenes y fondo del río donde se pretendía construir el puente, así como los materiales constructivos que hubiera cercanos. La obra se encargaría por administración y no por asiento o subasta al propio Machuca o a otro constructor de buena conducta. Reprochó a Rodríguez trazar un puente muy estrecho a causa de lo corto que son los machones antiguos de 12 pies de luz (menos de 3,5 metros), alomado, con cinco ojos insuficientes para tanto caudal en época de crecidas, reaprovechando algunas pilastras existentes y construyendo lo nuevo con lanchas de la zona. Machuca ideó un puente de nueva planta con ocho arcos de 18 pies de luz de ancho (cinco metros) suficientes para el tránsito de dos carros a la vez, cinco arcos sobre pilares nuevos, más alto, todo de piedra berroqueña, que de este modo tendrá mejor aspecto y proporción, y será de mas dilatada subsistencia. Lo presupuestó en 551.000 reales, muy gravoso, pero lo justificaba dada su mayor consistencia y duración, así como su figura y proporciones. Debido al elevado coste, el Consejo Real solicitó más detalles al Intendente Provincial. Pero el puente de Siete Vadillos se mantuvo tal y como lo conocemos hoy día, sin realizar la prometida reconstrucción.

Fabián Lavado Rodríguez (Cronista Oficial de La Zarza)

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