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Hito en La Zarza en homenaje a Pedro Cortés de Monroy
Correrías del zarceño Pedro Cortés de Monroy durante la conquista de Chile (Parte II)

Correrías del zarceño Pedro Cortés de Monroy durante la conquista de Chile (Parte II)

Una maloca era una invasión armada en tierras indígenas, en la que los soldados españoles practicaban el pillaje, el exterminio y la captura de indios con el fin de esclavizarlos

PEDRO DAVID BENÍTEZ ROMERO

Viernes, 28 de octubre 2016, 16:15

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Pedro Cortés de Monroy permaneció en Chile desde el año 1557 hasta 1613 y la mayor parte del tiempo lo hizo combatiendo en la guerra de Arauco, cuya zona geográfica estaba situada entre la ciudad de Concepción y las regiones del Biobío y de la Araucanía. En el primer mapa de Chile, realizado por el jesuita chileno Alonso de Ovalle y publicado en la Histórica Relación del Reino de Chile en 1646, podemos localizar algunos de los lugares que recorrió el conquistador zarceño durante sus correrías, como las ciudades de Coquimbo, La Serena, Santiago, Tucapel, Concepción, Arauco, Villarrica, Angol, Chillán, Castro, la Imperial o Cañete, entre otras muchas.

Guía experto

Una de las cualidades que distinguieron a Pedro Cortés de Monroy fue precisamente su gran conocimiento del territorio chileno. Tantos años combatiendo en aquellas tierras le hicieron un gran conocedor de su geografía, lo que motivó que sus superiores y compañeros le escogieran con frecuencia como guía cuando las misiones se tornaban complicadas o peligrosas. El zarceño explicaba de la siguiente manera una de esas veces en la que fue seleccionado: El maestre de campo había juntado a todos los capitanes y soldados de su ejército para pedirles consejo, y todos ellos me habían designado a mí, como a persona de experiencia, para que les guiase en el camino. Acepté tan honroso encargo, y en medio de una terrible tempestad, empezamos de noche nuestra marcha. Apartándonos de los caminos peligrosos, y tomando aquellos que se hallaban más lejos de los indios, llegamos, como he dicho, al término de la jornada a nuestro destino sanos y a salvo.

En otra ocasión, por ejemplo, los soldados del maese de campo Lorenzo Bernal capturaron a unos guerreros indios que declararon que toda la tierra por la que avanzaban los españoles estaba preparada para rebelarse y atacar al gobernador, que se encontraba rodeado por los indios en la ciudad de Cañete. Como todos los caminos que llevaban a esta ciudad estaban controlados por indios emboscados, los capitanes, soldados y el mismo maese de campo coincidieron en que sólo Pedro Cortés de Monroy era capaz de sacarlos de esa difícil situación por ser el soldado más diestro para reconocer el terreno. Y así, en medio de una noche tormentosa, el zarceño ordenó que todos le siguiesen, dirigiendo al grupo y realizando todo el recorrido en silencio para no ser descubiertos, sin encender fuego y a pie, por ser el terreno muy abrupto. Tras dos días y medio de marcha el grupo de españoles consiguió, sin pérdida ninguna, llegar a la ciudad de Cañete. Al recibir el gobernador estos soldados de refuerzo tan necesarios para defender la ciudad, los indios desistieron de sus ataques y levantaron el asedio.

De hecho los gobernadores solían pedir consejo a menudo a Cortés de Monroy debido a la gran experiencia que éste había adquirido observando las tácticas empleadas por los araucanos en la guerra, experiencia que le permitía descubrir con facilidad no sólo las estrategias del enemigo sino también las posiciones y el número de sus hombres. En el Flandes Indiano podemos encontrar algún ejemplo: La caballería del enemigo se subió a un cerrito que dominaba el campo español, y por hacer burla de él, que es muy ordinario en la arrogancia de éstos indios el hacer desprecio de los españoles, o por sacarlos fuera de la estacada, soltaron sus caballos a comer a la campaña allí a la vista. El gobernador, no pudiendo sufrir la desvergüenza y el poco caso que le hacían los indios, llevado de sus bríos quería salir luego a embestir contra ellos; pero tomando consejo, le templó el sargento mayor Pedro Cortés, diciéndole que este enemigo era todo ardides y que era necesario usarlos también con él y reconocer primero las fuerzas que traía, que aún no se habían descubierto. Después de hacer lo que aconsejaba el zarceño, los españoles evitaron caer en una trampa ya que descubrieron que los indios tenían numerosos refuerzos escondidos y que preparaban una gran emboscada. Al día siguiente se libró la batalla y la loa de la victoria de los españoles se le dio a Pedro Cortés por sus buenos consejos.

Malocas

Una maloca era una invasión armada en tierras indígenas, en la que los soldados españoles practicaban el pillaje, el exterminio y la captura de indios con el fin de esclavizarlos. Nuestro paisano no fue una excepción entre los conquistadores españoles y participó en numerosas malocas durante sus años de servicio militar en Chile.

El historiador Domingo Amunátegui se hace eco de algunas de las malocas realizadas por el conquistador zarceño: Cortés de Monroy en este año de 1602, bajo las órdenes del maestre de campo Antonio de Mejía en una ocasión, y en otra con el carácter de jefe, cautivó o dio muerte a numerosos indios, y se apoderó de muchos caballos y ovejas de la tierra. En la primavera siguiente, el sargento Pedro Cortés salió de Chillán, por orden del gobernador, a la cabeza de ochenta hombres de a caballo, y recorrió desde el río Itata hasta el Laja. Los resultados de la expedición fueron doscientos sesenta y ocho prisioneros, entre hombres, mujeres y niños; y treinta indios muertos. Varios pueblos de indígenas sublevados dieron promesas de paz. En seguida, a los pocos días, Cortés de Monroy atravesó el Laja y recorrió toda la ribera sur del Biobío. En esta ocasión, apresó también o quitó la vida a numerosos indios, a quienes consiguió arrebatar muchos caballos y llamas.

También el padre Diego de Rosales describe en su Historia General del Reino de Chile malocas protagonizadas por Pedro Cortés de Monroy: Sabido que el enemigo andaba tan orgulloso, envió el gobernador a Pedro Cortés y a Álvaro Núñez que corriesen la tierra y le pusiesen en cuidado, y lo hicieron conforme a su gran valor, abrasándoles muchas casas, cortándoles las sementeras y capturando muchos indios e indias, que pasaron de doscientos cincuenta, con lo que los Quechereguas y otras parcialidades vinieron dando la paz. Otra maloca comandada por el conquistador zarceño fue descrita así por el mismo autor: Desde la isla pasó el sargento mayor Pedro Cortés con los mejores caballos a Biobío y corrió la tierra con tan buena dicha que apresó cuarenta piezas y degolló a cuarenta indios corsarios, con lo que se atemorizaron aquellos valles y el gobernador pudo más bien hacer un fuerte. En su obra, el padre Rosales recopila numerosas narraciones de malocas, otro ejemplo de estos ataques a poblados indios refiere lo siguiente: Y mandando a Pedro Cortés que pasase el río y corriese las rancherías de Peterebe y Mederebe, lo hizo con gran silencio y dio sobre ellas al cuarto del alba en aquellas moradas que todas serían de mil fuegos, y cogió ciento nueve piezas y mató treinta indios de los que se pusieron en resistencia. Y los soldados tuvieron un buen día, porque corriendo la tierra hallaron mucho ganado ovejuno con que tuvieron con que regalarse y que llevar al campo carne gorda.

Otra anécdota curiosa y cargada de comicidad fue protagonizada por nuestro paisano en este contexto bélico tan sangriento y recogida por Rosales de la siguiente manera: En una de estas malocas, dando Pedro Cortés una trasnochada en las tierras del cacique Paillamacho se vio a la mañana apartado y dejado de sus capitanes porque como la tierra estaba poblada de gente y ganados, corrieron todos para hacer presa por donde les pareció, y viéndose sólo Cortés picó el caballo y fue a recoger a los soldados más desmandados, y al pasar de una ciénaga pantanosa se le atascó el caballo de suerte que no pudiendo salir de ella se vio obligado a apearse, y por hacerlo se empantanó aún más y no pudo sacar los pies del pantano por unas botas de baqueta que llevaba. Viéndose atollado y sin tener quien le ayudase a salir, miró a una parte y a otra; vio a un soldado y llamóle para que le ayudase a salir y el desconsiderado soldado, o ya por gracia o por picardía, le dijo: - Ayúdele Dios, que puede, que harto hago yo en ayudarme a mí. Que estoy muerto de hambre y frío; llame a su madre que le parió que le ayude - . Riyóse el buen Cortés de la respuesta del soldado y quiso Dios socorrerle por medio de otros que pasaron más corteses y mejor mirados.

Hambre

El hambre fue un problema constante para los españoles y el propio Pedro Cortés lo repetía continuamente en sus memoriales: Yo me hallé en numerosas corredurías y reencuentros, con grave peligro de la vida, y padecí muchos días de hambre. En muchas ocasiones las batallas que se libraban eran auténticas luchas por la comida o el ganado, Rosales nos describe una de esas refriegas así: Rehízose el enemigo y volvió dentro de tres días con más gente y dando en las vacas se las llevaban por delante: mas, saliendo a ellos el maese de campo Don Gabriel de Castilla y el sargento mayor Pedro Cortés con noventa caballos ligeros, trabaron una escaramuza tan sangrienta que duró más de cuatro horas por quitarles las vacas y el enemigo por defenderlas, y durara más si la noche no los esparciera.

Pero no sólo debía perseguir y atacar al enemigo, sino que cuanto más ascendía en el escalafón militar mayores fueron sus responsabilidades. En 1606, por ejemplo, Pedro Cortés de Monroy ocupaba el cargo de coronel y entre sus obligaciones también estaba la de proveer de víveres a los soldados que se hallaban bajo sus órdenes. En esas fechas permaneció durante casi dos años en los territorios de la costa sin recibir ninguna ayuda para la manutención de sus hombres. Por este motivo el zarceño se vio obligado a plantar grandes sementeras de trigo y patatas, y para ello, ordenó trabajar a indios y españoles, y él mismo dio ejemplo arando y sembrando la tierra con sus propias manos. De esta forma consiguió que los soldados bajo su mando no murieran de hambre.

En el Flandes Indiano, se reflexiona acerca de los problemas que generaba el hambre entre los soldados españoles y sobre la importancia de que los oficiales al mando evitasen los desmanes de sus hombres. Porque cuando los soldados se sentían hambrientos perdían el control y no sólo robaban la comida a los indios, su ganado, sus joyas e incluso hasta la ropa, sino que además violaban a las mujeres, castigando con palizas a los indios que se resistían a consentir esas humillaciones: El mismo cuidado tuvo Pedro Cortés de sembrar en Tucapel, porque los tiempos prometían lo que trajeron con el hambre, porque los soldados faltos de ración se salían de noche de los cuarteles hasta Ilicura y Cayucupil, sin atender órdenes y a bandos, diciendo que la necesidad carece de ley, y robaban las reducciones de los indios de paz, los ranchos que hallaban con sus pobres comidas, los ganados que con tanto trabajo criaban, y a vuelta de esto no perdonaban a las preseas que ellos tanto estiman, como son las piedras de llancas, ni a la ropa que vestían, moliendo a palos a los que se resistían, que para gente pobre y recién reducida a la paz eran estos agravios y violencias muy sensibles; y no contentos con esto, los de más rota conciencia forzaban en el campo a las pastoras, y a vista de sus maridos las mujeres en sus casas: que la licencia de los soldados no reprimida por las cabezas y no prevenida de los que gobiernan, esto y mucho más se hace.

Socorros

Pedro Cortés de Monroy se distinguió también por su astucia, la cual le salvó la vida a él y a sus compañeros en muchas ocasiones. En una de ellas, por ejemplo, el zarceño decidió ir a socorrer al capitán Ruiz de Gamboa que se encontraba en Tucapel asediado por un gran ejército de indios. Acompañado tan sólo por cuatro soldados y por sesenta indios amigos puso en marcha un astuto ardid de guerra, entregando un cabo de cuerda encendida a cada uno de los indios amigos mientras caminaban de noche. El engaño hizo pensar a los indios rebeldes que las luces que brillaban eran soldados españoles armados, por lo que desistieron de su ataque y levantaron el sitio a Tucapel.

El escaso número de soldados españoles sumado a las frecuentes emboscadas y continuos ataques de los indios, hicieron que los socorros y la llegada de refuerzos fueran muchas veces la única esperanza de salvar la vida. El soldado zarceño se distinguió, en muchas ocasiones, por prestar auxilio a compañeros de armas en peligro, pero su afán por ayudar le llevó en una ocasión, incluso a desobedecer al gobernador. Sucedió que un grupo de españoles, comandados por el maestre Álvaro Núñez se encontraron con una numerosa emboscada de indios. El maestre pidió dos veces que les enviasen gente del cuartel para pelear, pero no lo hicieron. Ante esta situación, Pedro Cortés pidió insistentemente al gobernador que le socorriese, explicando que si no lo hacía, Álvaro Núñez se vería en grandes aprietos al retirarse, por la gran cantidad de indios que le acosaban. Pero el gobernador preguntó a sus consejeros y estos le persuadieron para que no lo hiciera, por si los indios decidían atacar el cuartel donde se encontraban. Enfadado con la respuesta del gobernador y de sus consejeros, Pedro Cortés salió decidido con algunos soldados a caballo y le fue a socorrer por su propia cuenta, lo que nos da una idea de su fuerte personalidad y de la importancia que para él tenía prestar ayuda a los compañeros en situaciones de extremo peligro.

Pero ese ímpetu por ayudar y socorrer a sus compañeros de armas también le jugó alguna que otra mala jugada. En la primavera de 1585 Pedro Cortés de Monroy sufrió un percance que le causó serios perjuicios. Acampaba el ejército en los alrededores de Angol cuando el sargento mayor Tiburcio Heredia fue atacado de sorpresa por los indios. El capitán zarceño partió a caballo junto con su compañía con la mayor velocidad posible para socorrer a sus compañeros. Tanta fue su rapidez que, sin fijarse en los accidentes del camino, cayó con su cabalgadura en un hoyo y se rompió el brazo derecho. Tras el suceso se retiró a la ciudad de La Serena a curarse, pero agotó en vano todos los remedios conocidos por los curanderos de la época, pues no pudo recuperar completamente el uso de su brazo. Al cabo de dos años incluso había desistido de volver al ejército. Pero años más tarde, en 1590, se reenganchó nuevamente al servicio militar activo debido a su mala situación económica, y a la insistencia del gobernador que no quería prescindir de los servicios y consejos de un militar de su experiencia.

Piratas

Además de sus continuas luchas con los indios, el zarceño también tuvo que hacer frente a los piratas. A principios de 1579 el gobernador Quiroga recibió la noticia de que un pirata llamado Francis Drake había saqueado el puerto de Valparaíso. El gobernador mandó llamar al capitán Pedro Cortés y desde la localidad de Santiago le envió con una compañía a la ciudad de La Serena para que la defendiera de los piratas ingleses. Cortés hizo el viaje por la costa pensando que podría alcanzar a Drake cuando éste desembarcara, pero no lo consiguió, porque cuando finalmente llegó a su destino supo que los piratas ya habían partido del puerto.

Sería más tarde, en 1613, cuando tendría lugar el primer encuentro con piratas. Cuando el zarceño viajaba a España como procurador general para informar al rey sobre el estado de la guerra en Arauco, su barco fue atacado por un navío pirata holandés en las costas portuguesas. A pesar de luchar valerosamente en el enfrentamiento, recibió quince heridas, pero logró salvar la vida del naufragio y parte de sus bienes. Tras el incidente se retiró a curarse a la localidad portuguesa de Lagos, antes de retomar el viaje hacia la Corte.

Varios años después, a mediados de 1618 según un expediente de información y licencia de pasajeros a Indias, el zarceño regresaba a Chile procedente de España cuando su barco fue nuevamente atacado, esta vez por piratas ingleses en las costas de Panamá. Nuestro paisano a pesar de su avanzada edad, era octogenario en esos momentos, luchó valientemente en el combate naval pero finalmente falleció durante la pelea, en la que sería la última de sus correrías.

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